
Garance Doré escribió justo hace un año una carta a su yo de los 20 cuando cumplió 40.
Regina Brett dejó un bonito legado en su libro. Sobre la vida, como todos, pero genial y sencillo del 1 al 50.
Y de vez en cuando me encanta reescuchar a la psicóloga Meg Jay cuando dice que los 30 no son los nuevos 20, que para mí siempre son los veintitodos.
De ellos dicen que son la época egoísta e insegura, la de la crisis de identidad del cuarto de vida, la de sentir que no fuimos lo suficientemente buenos y los demás sí… Es igual que ver un planning clarísimo en nuestra cabeza y no poder hacerlo real ahora mismito. Toca improvisar el guión porque resulta que por más que la imaginemos y organicemos… la vida viene a su manera.
Hay mil y un clichés, mil y una listas de consejos que llaman indispensables y otros tantos requisitos que nadie (dicen) debe perdonar antes de soplar más velas. Nos ponen del revés y nos reclaman tomar las riendas a golpe de prisas, gurús y listas del 1 al 10 de locuras, placeres y deberes. Pero no, hoy sólo toca hablar de hoy… que mañana, mañana ya veremos.
Siempre me ha gustado cómo lo cuenta Meg Jay: es como el juego de las sillas al que jugábamos de pequeños. La música no para de sonar a tope, todos ríen y corren y se divierten más que nadie. Pero de repente, en algún momento al final de los veintitodos, la música se para. Y cuando quieres darte cuenta cada uno tiene ya su silla. Su lugar. Y supongo que es justo ahí cuando, si nos dejamos llevar por el miedo, el formulario de tics que hay que rellenar antes de los 30 y los «requisitos para ser una persona normal», elegimos la silla más cercana sólo por eso: porque está ahí al lado.
Como si los años pasaran y fuéramos a contrarreloj. Como si todas las metáforas de trenes perdidos, arroces pasados y años que vuelan se desgastaran de tantísimo repetirlas. Y entonces el juego de las sillas cobra más sentido que nunca.

He leído que el 80% de los momentos clave de la vida suceden antes de los 35; también las decisiones, experiencias y pasos importantes que hacen que hoy seamos lo que ayer decidimos. Ocho de cada diez, da mucho vértigo. También que los 10 primeros años de carrera son casi siempre el reflejo del trabajo que tendremos el resto de nuestra vida. Y que el cerebro tiene 2 fases de desarrollo: los 5 primeros años siendo bebés y de los 20 a los 30. Nunca nuestra personalidad cambia tanto como en los veintitodos. Y hablando de amor, por si todo lo anterior fuera poquita cosa, el 50% de los que llegan a los 30 con pareja estable lo hacen con quien luego será la definitiva.
Creo que las estadísticas son para quien las quiera. Y creo que lo único importante de todo eso es llenar nuestros días de intención, la nuestra propia, como prometí el 31 de diciembre. También creo que nadie nos va a regalar 10 años extra; ni entre los 20 y los 30 ni entre los 40 y los 50.
Creo que hay rumbos muy bien marcados y croquis muy detallados, pero ése nunca fue nuestro plan. La vida tiene sus antojos. Y también sus sorpresas geniales. Que las crisis de identidad abarrotan los libros, las conferencias y las consultas de diván, pero somos nosotros quienes elegimos conscientemente nuestra vida. Y todo lo que hay en ella. Creo que no hemos venido a matar el tiempo ni a pasar el rato, y que es hoy cuando elegimos y cambiamos lo que no nos gusta. Lo que no queremos. Lo que es feo, malo o inútil. No hay mejor momento porque quizá no lo haya.

Oímos que la vida vuela y que lo que dejamos escapar ya no regresa.
Oímos que algunos se hacen inmortales a través de las historias que cuentan, que les sobreviven cuando ya no están, igual que las arrugas gritarán los caminos que hoy recorremos. Pero sólo lo bueno y lo bonito y lo mejor nos hacen un poquito inmortales. O al menos, valientes.
Que esos que tienen más años por detrás que por delante nos dirán que la vida se conquista día a día, no mañana. Que nunca seremos tan jóvenes como hoy. Y que esa corona se cae rodando y es más importante lo que vemos que lo que pensamos.
Nos dirán que exprimamos lo que ellos ya no pueden… y no estemos tan a mil cosas, la cabeza aquí y el cuerpo allá, que no estemos de verdad de la buena en ninguna. Que vemos las cosas de formas muy distintas según en qué momento, y lo que hoy sentimos y reivindicamos quizá nos haga cosquillas con 80… pero claro, aprendemos a vivir sobre la marcha. Sin manual de instrucciones.
Y es que la vida es demasiado corta para quitarse años o no celebrarlos. Que sea buenísimo o malísimo, cambiará. Que tú pilotas tu felicidad; nadie más a los mandos, y que confíes en ti mientras te aguanten los huesos.
Que tu tiempo sea para quien lo merece, tus días para lo auténtico y tu mejor versión para todos. Que no mueran tu curiosidad, tu fuerza y tus ganas infinitas. Que seas todo lo insaciable que quieras ser y aún más agradecido. Que te mires al espejo y te reconozcas. Que los miedos no ahoguen ni encadenen, que los años no escuezan, que los días sumen.
Que los gracias y los besos se dan hoy, los te quiero se repiten, no se dan por sentado, y las botellas y las puertas se abren ahora.
Que vueles alto y bien, que sueñes mucho y más… que vivas hoy la suma de los días.
Tus días.
(A ti, abuelo).
P.D.: sí, el tiempo es oro, pero aprender a mirar a las musarañas de vez en cuando, también.
P.D.2: sobre las facturas y tu vocación y sobre teorías y hombres, los 30 y los aguacates.
22 abril, 2016 at 10:31 am
Nunca me han gustado esas frases del tipo “los treinta son los nuevos veinte”, no hay que tener miedo a cumplir años, cada edad, cada década, cada año nos enseña algo que no encontramos en las estadísticas, ni en las listas de “cosas que hacer antes de los **”. Me ha encantado el post, una vez más, y el positivismo y energía que transmites por vivir cada momento como si fuera único (que lo es).
Un beso enorme Blanca!
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25 abril, 2016 at 7:13 pm
Eso creo yo 🙂 Mil gracias, Bea, como siempre qué ilu leerte. ¡Un besito y buena semana!
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